La arena hace formas que ni siquiera Dios sabe que significan. Son caprichos que nadie conoce y no se toman la molestia de descubrir.
En ese escenario te muestras plena, lista para contarme los secretos que atesoras desde el momento que me conociste.
Vamos caminando por veredas perdidas, entre juncos dispersos en la playa; me muestras el tatuaje que tienes en el brazo, me explicas su significado pero lo olvido, me reprendo por eso.
Justo cuando me estás contando de la ocasión en la que casi te intoxicas por tomar una dosis más alta de clonazepam, volteo a verte y ocurre el incidente:
—No me gusta el aspecto de esto—me dices.
—Es que esto no es nada, apenas está empezando a ser algo—respondo, sorprendido de la franqueza de la situación.
—¿Seis meses y no es nada?
—Hemos salido algunas veces, cogido otras, nada importante—sigo sin reconocerme.
Me volteas a ver y yo espero un golpe, una cachetada. Pero no.
—Tienes razón, no ha sido nada.
Congelé esa imagen con el frío que usé para sepultar algo que pudo ser maravilloso.
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